14 octubre 2012

Apetencias

Me apetece llegar antes del pasado, sentarme en esa mesa con los pies en la silla y descorchar el champán por cada error cometido.
Me apetece ser el capitán de lo que hago, el libertador de lo que pienso y el notario de lo que digo.
Me apetece abrazar sin pensamiento y sin pensamiento levantarme despojado de recuerdos que engañan a la mañana.
Me apetece dormir en la realidad, aparcar en el próximo meteorito, beber del agua que nunca hay que decir, pasear al aire mis canas.
Me apetece tirar la piedra y enseñar bien mi mano, hacer lo que sé hacer y comprometerme con mis compromisos.
No me apetece comunicar con palabras lo que nunca se ha escrito.
No me apetece fingir para agradar a fingidos ni vender un trocito de mi claridad para ascender al pozo de billetes mal conseguidos.
No apetecen medias naranjas ni dejar nada a medias sino beber zumos, conocer su acidez y disfrutar de sus jugos.
No me apetece ser patriota ni fiel ni miembro ni tampoco socio, partidario o militante ni mucho menos fan, aspirante ni quiero.
No me apetece dejar de hacer lo que me apetece y sé hacer incluso sin haberme apetecido.
Me apetece apetecer para sentirme vivo.
Me apetece vivir para apetecer las cosas que digo.

02 octubre 2012

Sociedad neurótica

No sé hasta donde llegará el ansia de que todo esté perfecto, impoluto. Ya de primeras, cuando eres niño, va y te prohíben suspender, fallar; es como si a una mosca le prohibieran darse un coscorrón con un cristal, la muy torpe. Así pues, ya mayores, reprimen sus insuficiencias y se juntan solo con notables en busca de sobresalientes. Algunos sobresalen tanto que acaban con tranquimazin como amigo más tranquilo.
En estos tiempos hay que programarles bien. Ya no pueden jugar a indios y vaqueros, no vaya a ser que de mayores no respeten las minorías, aparte de que pueden despertarse deseos de comprar armas. ¿Y dónde están las vaqueras e indias? A ver si encima va a ser un juego excluyente.
Hay pruebas de ingreso en colegios, piscinas, talleres, teatros, equipos deportivos… a este paso harán exámenes de ingreso para sentarse en el caballito del tiovivo a riesgo de que sus carencias le hagan tener un mareo. No vale con ser suficiente, aparte de reprimir las insuficiencias hay que ser al menos algo notable para acceder a los grupos que te “normalizan”
Por otro lado, hay que tener cuidado con que los niños se traumen. Así pues, a la exigencia en una dirección y solo una, se le une el pasotismo en las otras direcciones.
Así está prohibido que vean la enfermedad del abuelo, pobrecico el niño, no debe ver cosas tan raras como enfermos, moribundos… debe disfrutar. No se le puede levantar la voz no vaya a ser que de mayor el psicoanálisis revele que ha perdido el trabajo por culpa de que su madre un día le gritó y le quitó el chupete antes de tiempo. Llegamos entonces al punto que le echan del trabajo, porque a falta de chupete lo único que hacía era tocarse los huevos y su madre denuncia a la empresa por estresar a su hijo que siempre superó con nota todos los exámenes de ingreso.
Por último, para normalizar al ejército de personitas sin futuro, se les enseña a identificarse para no ser como el raro de la clase y así de mayores eligen zurda o diestra de ideas creyendo que están haciendo algo muy importante apoyando al pelota de la clase que por fin ha llegado a líder del partido.
Entre exigencias para normalizar y esconder lo incómodo, lo molesto… va pasando la vida en una irrealidad que hace que esta sea una sociedad neurótica, sin futuro y enferma. El ser ha perdido la guerra con la apariencia.