06 marzo 2018

Paseo de fango y silencio...

Salí a dar un paseo para relajar la guerra civil que ocurría en mi cabeza (en ese momento cabezudo pensante) y en la acera sentí como un reguero de agua y barro proveniente de una maceta apostada en el segundo piso, mojaba mi pelo; e incluso las canas adquirieron un color tierra pegajoso que me rejuvenecía algo. Ya puestos seguí con el paseo en busca de tranquilidad pero una multitud de vampiros, la liga de la justicia, brujas y hasta Bob Esponja con toda su familia al completo, pasaron a mi lado echando confeti y no sé que más cosas blancas que cayeron en mi pegajoso pelo-maceta. Así descubrí que eran carnavales y mi aspecto ya se iba poniendo a la par del día.
Me alejé hasta el camino que va al riachuelo bien apartado de cualquier urbanización o síntoma de acoso carnavalesco y he aquí mi tercer encuentro con un jabalí en mi vida. Nos quedamos quietos mirándonos. El jabalí hacía movimientos como de tragar saliva, supongo que asustado al ver un humano con la cabeza llena de confeti, barro, goma-espuma y ni se sabe cuántos pensamientos. Recordé las instrucciones ante estos encuentros y me retiré lentamente de su camino mirando al horizonte, tan lentamente y tan mirando donde no debía que caí a una regadera y el jabalí salió embalado hacia donde me encontraba…
No, el pobre jabalí no resultó herido, ni me atacó, creo que le dio un ataque de risa, dio media vuelta y se lo fue a contar a sus amigos. La regadera sí me atacó, de tal modo que había una mezcla de fango, un olor asqueroso que salía de ese barro tan negro que se forma en los subsuelos y creo que interrumpí una reunión vecinal de bichos que supongo estaban dándose un banquete.
Así que volví de mi paseo relajante muy solo, que es lo que quería, pues cuando llegué a la urbanización, las personas se iban retirando a mi paso, supongo que por el olor, ya que por la pinta, iba de los más originales disfrazado de fango andante y recordándome una frase de Bukowski: No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida ¡Maldita sea!
Pero al llegar a casa me di cuenta que un árbol había nacido de mi cabeza y había frutos creativos y había silencio.

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