Salí a buscar la inspiración por las calles nocturnas de esa tranquila ciudad pero se escondía bien la condenada; las calles callaban sus historias, la luna ni siquiera era llena y no se atisbaba ningún borracho saliendo del bar.
Mis pies seguían el rumbo confuso de mi cerebro en busca de lo que nunca se esconde, persiguiéndome a mí mismo sin alcanzarme, guiado por el halo de las farolas y sin ninguna idea que se dejara atrapar.
Un banco me invitó a sentarme y acepté gustoso cansado de buscar, relajado, sin ninguna inquietud en la cabeza. En ese inmenso vacío estaba cuando una mujer, amiga de las noches, sin previo aviso, se sentó sin más y se me puso a hablar:
-Si te vienes conmigo, cariño, esta noche verás las estrellas.
Tenía cara de haber vivido cinco vidas, uñas de gata callejera, mirada que no mira y muchas lunas en sus piernas.
-Mira, ahí están las estrellas –le comenté señalando el cielo
. Nunca pago dinero por verlas.
Se levantó algo confusa, cansada, y se perdió con la noche llevándose sus caderas, sus vidas y dejándome una inspiración en forma de estrella.