29 abril 2024

El cuadro sin mí

El viento esboza sus enigmáticas formas en los campos de cereal mientras un gavilán cojo va dando saltos en busca de alimento. Un roble mueve las raíces, al menos eso me susurraron sus hojas y una ardilla que no veo me tira una bellota; creo que para que espabile. Así que miro al horizonte y observo que oscurece, que viene la tormenta. ¡Qué olor más agradable a humedad! Así nos prepara la naturaleza para un concierto épico. Una pareja de uno (ya que solo una lleva la voz cantante, de soprano mandona) se acerca con miedo preguntándome si hay refugio cerca, que en el monte es peligrosa la tormenta. Les miento diciendo que muy cerca y se van las dos mujeres de la mano a la carrera.

El gavilán cojo ha capturado una presa. Parece que no está preso de su cojera. Los montes, la paleta de grises, la incansable lluvia, las fotografías que hacen los relámpagos, animales heridos, la muerte, el viento empujando… De pronto, dejo de pensar en mí y soy el viento, el gavilán, la tormenta y todo el cuadro.


La pregunta

No me gustan las respuestas,

el precio exacto, el amor perfecto,

la comida al punto, el bebé angélico.

Observo los naipes que formaban el castillo

caídos en cada sonrisa falseada,

disimulo en las relaciones,

deseos no confesados.

No, no me gustan las respuestas,

prefiero las preguntas sin responder

que zarandean tu existencia,

abrazando el caos,

ensuciándose las manos,

riendo sin sentido.

Así uno se encuentra,

a través de la fuga del ego,

de la anarquía del mí,

de la liberación de lo mío,

formulando la pregunta adecuada,

dejando que haga su labor,

sin que el diminuto y narcisista “yo”

responda con sus filtros,

sus nadas y naderías.

¿Y cuál es la pregunta?

Esa es la pregunta.



22 abril 2024

De palomas y realidades

Luis estaba emocionado con la novedad de las palomas el día de su cumpleaños.

-¡Mira mamá, mira! –gritaba emocionado –¡Vienen a saludarme!

Su madre sonreía hasta que la realidad hizo su entrada triunfal. Una de las hermosas palomas que sobrevolaban a Luis, decidió depositar su regalo de cumpleaños en forma de excremento encima del jersey nuevo que su padre le había regalado.

Empezó entonces un concierto de llantos y gritos en sol sostenido con ritmos in crescendo que espantó a algunas palomas kamikazes que planeaban con peligro sobre sus cabezas.

Mientras Luis lloraba, quizá, y solo quizá, estuviera aprendiendo que la belleza de una paloma reside en su naturaleza y no en las expectativas sobre ella.

Sus padres tenían dos opciones; echar el grito al cielo (que se lo llevarían las palomas) sembrando una obsesión en el crío, o normalizar lo normal, jersey incluido. Es decir, que una paloma es una paloma y no un objeto de expectativas. ¿Qué función haría una paloma de la paz si se limitara a volar y no fuera a cagarse directamente en todas las guerras?



Nube Roja

Y ahí estaba yo, con mi sombrero de juguete, como si fuera el sheriff encargado de mantener orden en territorio comanche. Yo, que era incapaz de matar una mosca, que las rescataba del cruento destino del insecticida. Ahí estaba confundiendo mi vocación, que era ser un indio libre y vivir en las montañas como Nube Roja, fumar en pipa y transformarme en águila dentro de un viaje místico.

Y ahí estaba yo, veinte años después, ya sin armas, pero el sueño intacto de que no se podía comprar el cielo ni poner fronteras a la naturaleza. Todavía podía definir el susurro que hace una hoja al caer empujada por el otoño y correr como un bisonte por las praderas.

Y aquí estoy yo, en medio de fronteras y la compraventa de la biósfera. Las moscas se acuerdan de mí y me saludan como si fuera su rey. La imagen se ha adueñado de un mundo en el que se educa para convertir a las personas en personajes amoldados. Todavía revolotea el águila por mi cabeza y nadie puede poner parcelas en el cielo; aquí estoy recordando las palabras de Nube Roja: ¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento? Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el gran águila; éstos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia. Esto sabemos: La tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra.

Y aquí estoy yo, salvaje, mientras mi grito guerrero resuena en la jungla de asfalto.



06 abril 2024

Vacíos

En aquello que no escribo, habitan esas historias sin voz. Lo que anhela rugir en un silencio escondido. La presencia inevitable que esconde la ausencia. La posibilidad de desborde en un cuenco vacío. La luz que nunca se fue de mi presencia. En los huecos del tiempo se esculpe la forma y la forma es tan solo un eco del vacío.