Me apetece llegar antes del pasado, sentarme en esa mesa con los pies en la silla y descorchar el champán por cada error cometido.
Me apetece ser el capitán de lo que hago, el libertador de lo que pienso y el notario de lo que digo.
Me apetece abrazar sin pensamiento y sin pensamiento levantarme despojado de recuerdos que engañan a la mañana.
Me apetece dormir en la realidad, aparcar en el próximo meteorito, beber del agua que nunca hay que decir, pasear al aire mis canas.
Me apetece tirar la piedra y enseñar bien mi mano, hacer lo que sé hacer y comprometerme con mis compromisos.
No me apetece comunicar con palabras lo que nunca se ha escrito.
No me apetece fingir para agradar a fingidos ni vender un trocito de mi claridad para ascender al pozo de billetes mal conseguidos.
No apetecen medias naranjas ni dejar nada a medias sino beber zumos, conocer su acidez y disfrutar de sus jugos.
No me apetece ser patriota ni fiel ni miembro ni tampoco socio, partidario o militante ni mucho menos fan, aspirante ni quiero.
No me apetece dejar de hacer lo que me apetece y sé hacer incluso sin haberme apetecido.
Me apetece apetecer para sentirme vivo.
Me apetece vivir para apetecer las cosas que digo.