Las gotas que impactan en el
parabrisas tienen escarcha por lo que pronto veré nieve. Es tan lenta la nieve,
trae tanto silencio que quizá este viaje sea para ir más lento. El sonido del
limpiaparabrisas es tan relajante, recuerda… Me acerco al monte de Aralar y empieza a caer nieve. ¡Cómo se
tuvo que sentir Teodosio de Goñi
cuando asesinó a sus padres creyendo que en la cama estaba su mujer durmiendo
con otro! Castigado a llevar cadenas por los que predicaban el perdón y no lo
cumplían, se le apareció un dragón. ¿No creéis en dragones? Entonces mirad bien
dentro de vuestra cabeza. En el mismo momento que alguien se identifica con el
pensamiento aparecen los dragones.
Teodosio gritó: “Nor Jaungoikoa
bezala” (Quién como Dios) y las cadenas se soltaron.
La carretera está blanca, creo
que pararé un rato. El silencio no hay que ir a buscarlo, aunque no haya ruidos
fuera hay ruidos dentro. El silencio nace de la aceptación del ruido, de no dar
tanta importancia al ruido, de no tomarse tan en serio lo que pasa por tu
cabeza y aceptar lo que ocurre experimentando, siempre experimentar,
encontrarse, relacionarse sin juzgar.
Teodosio y su mujer erigieron en
el alto de Aralar un santuario al que
llamaron San Miguel in Excelsis.
Debajo del monte hay una gruta donde aún se puede escuchar al dragón. Dicen que
San Miguel lo mató con la espada pero
cuando no aceptas los dragones a estos les da por revivir. En el mismo instante
que no das importancia al miedo las cadenas se sueltan y el silencio hace acto
de presencia. En el mismo momento en que le das importancia y lo escondes,
entonces aparece el dragón bajo el monte.
He tenido la suerte de ver un corzo
dejando sus huellas en la nevada. Es hora de regresar pues no me gusta conducir
con nieve.
Las gotas que impactan en el
parabrisas vuelven a tener escarcha. Me acerco a Pamplona. La carretera por
donde circulo la elijo yo y acepto los mesones, aventuras, estancias, personas,
relaciones, sorpresas, disgustos, gustos, despedidas y bienvenidas que en ella
ocurren.