12 agosto 2025

Aceptando lo inevitable

La mayor parte de las personas viven como si se pudiera negociar con la muerte. Como si acumular riquezas o mostrarle un currículum de éxitos sirviera para convencerla de que hoy no es buen día para la guadaña. Pero la muerte no negocia: se lleva los apegos (materiales, ideológicos, fraternales…) y, sobre todo, ese yo domesticado desde la infancia para no molestar demasiado al rebaño.

Muchos creen que la vejez es un fallo de sistema, la enfermedad algo que no debería ocurrir y la incertidumbre un error de fábrica. Esta creencia les lleva a controlar, justificar, anticipar… como si el destino aceptara sobornos.

Hasta que un día uno se percata de la broma: todo es transitorio. No hay manual de usuario, devolución ni departamento de quejas. Entonces, si aceptamos esto, en lugar de aterrado, uno se siente más capaz, conectado. Ya no hace falta que la vida se ajuste a tu guion. Has muerto en vida a todo lo que no perdura, ya no necesitas identificarte ni demostrar nada a nadie. No hay nada que perder.

Hay una extraña manipulación pensando que la autoconfianza se consigue acumulando títulos, esculpiendo un cuerpo de gimnasio o con frases motivacionales de Instagram. Aparece cuando miras de frente a la muerte, cuando los ojos del tigre no intimidan porque son los tuyos. Nace cuando aceptas que la vejez es un privilegio, la enfermedad no supone ningún castigo divino y la incertidumbre es lo más cierto, equilibrado y real de todo este circo.

Todo lo demás es postureo espiritual.