Cuando visité esta casita estaban todos dormidos y muy quietos aunque se notaba el palpitar de la vida en un ligero movimiento. Llamé un poquito a la puerta, me apetecía hacer una foto de su hogar, y se organizó un pequeño revuelo. Solo pedían y pedían alimento guiados por la fuerza innata de la vida, por el instinto de supervivencia, el impulso a existir.
Ya de mayores, como su madre, volarán de forma natural, sin vergüenza alguna a hacerlo bien o mal, cantarán cuando les venga en gana sin hacer concursos ni comparaciones y morirán, por supuesto; dejarán su cuerpo cansado cuando ya no pueda aguantar el impulso vital. ¿Qué es ese impulso? ¿Dónde está?
Esas preguntas poco importan, la vida no hay que entenderla sino exprimirla como un limón sin preocuparse de dónde viene o a dónde va.
Esas preguntas poco importan, la vida no hay que entenderla sino exprimirla como un limón sin preocuparse de dónde viene o a dónde va.
No somos el cuerpo que vaga por la vida ni nuestro trabajo, país, ideas, pensamientos, apellido... somos el impulso vital, eso es claro.