-¡Vendo palabras! ¡Vendo palabras! Repetía una y otra vez mientras escondía la cabeza en el gorro de piloto para que no le entraran los copos de nieve.
Tenía arrugas de 80 años, piernas que pedían socorro, ojos muy escondidos y mirada de 20.
-¿Qué palabra quiere usted? –me preguntó mientras una ambulancia paraba justo al lado.
Comprendí rápido a qué venía la ambulancia así que hice una seña a los celadores y al psiquiatra para que me dejaran unos segundos.
-Quiero la palabra sueño.
Entonces escribió rápidamente en un trozo de tela vieja que sacó del bolsillo y desapareció sin ofrecer resistencia en la ambulancia entre un rastro de luces y nieve.
Cuando leí lo que ponía en el trozo de tela quedé tan asombrado… que desperté.
Siempre me pregunto qué hubiera pasado de haber elegido otra palabra.
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