Hacer las cosas mal es muy interesante. Por un lado sales de la dinámica absolutista y dictatorial de la semilla implantada en los cerebros de buscar lo perfecto; por otro lado no hay manera más rápida de aprender que cuando las cosas salen mal sin sentir culpa por ello.
El placer de no ser aprobado por todos, sacar un cuatro coma cinco en el examen de lo socialmente correcto, elegir qué quiero en lugar de querer lo que elijan por ti, reír solo cuando tienes ganas y buscar las ganas de reír.
La tranquilidad de no agradar a todos, conseguir no lograr lo que uno se propone y proponer nuevas cosas disfrutando mientras las propones, divorciarse de lo previsible, pensar en la mujer del vecino sin confesarse después, confesar el amor por la persona que tienes al lado, huir de lo eterno, comerte el instante con patatas, hacer excepciones excepcionales.
Huir de los “te quieros” y hacer por querer, vivir tu vida pese a las vidas que te indican cómo vivir, dejar de controlar todo para que todo no te controle a ti, bailar sin pensar si lo haces bien, no dar nunca el cien por cien (¡Por dios, qué cansancio!), abrir la puerta a las dudas, cuestionar lo que te enseñan y cuestionar lo que tu mismo crees.
Hablar bien de ti mismo huyendo de la palabra humildad, escaparte a toda leche de la política y de todo grupo ideológico que busque tu cerebro, tener pelotas para no hacer la pelota, no intentar caer bien a la familia de tu novia, saber que tu novia no es tuya y sobre todo que no eres suyo.
Darte permiso para fallar, que entre por un oído y salga por el otro todo halago y toda crítica, no buscar destacar, destacar lo que buscas, disfrutar de lo que haces dando una patada a la palabra resultado, resucitar cada día sin elegir pensamientos pasados, disfrutar sin más, no dar vueltas a la realidad, atreverse a pensar, decir y hacer por uno mismo. Vivir coherentemente… ¿Es posible?
3 comentarios:
No lo sé pero merece la pena intentarlo ¿no crees?.Gracias¡¡¡
Increíble. Me ha encantado, gracias.
ESTUPENDA REFLEXION.
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