Parece ser que existen personas
impolutas, éxitos andantes que pueden con todo, adalides del “llegar a ser
alguien”, iconos del quiero, puedo y lo consigo. Cuando llegan a casa la tienen
ordenada, sus niños echan carreras para abrazarles, la cocina huele a rosas.
Cuando pasan por escaparates de tiendas los maniquíes les aplauden, llevan cada
pelo en su sitio y la camisa siempre planchada. Que sí, que existen estas
personas que nos transmiten todo esto.
A veces pienso qué habrán hecho
para soportar toda esa carga. Poder con todo tiene que ser horrible y llegar a
ser alguien muy deprimente; supongo que se les ha olvidado que “ya son” Que no
eres lo que tienes.
Me gusta más observar las
personas con arrugas de varios fracasos en la cara pero media sonrisa de estar
viviendo, esas personas que quieren, a veces pueden y otras no lo consiguen;
que llegan a casa y tienen que hablar con el hijo que se ha enfadado y la cocina
huele a lentejas recalentadas; adalides de la realidad, lejos de sostener el
disimulo estático de un maniquí que, por trabajar su imagen, está hueco por
dentro.
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