Hilario prefería las noches emocionantes a las buenas. De esas que se sentaba con su amigo Aurelio a debatir sobre filosofía mientras echaba un ojo a Laura cuando traía el martini y su sonrisa.
Prefería un toque de resaca a una borrachera de fiesta, reunión a petit comité a el aburrido grupo, un apretón de
manos a modo de compromiso y el perfume de una mujer como preludio de entrar a
la habitación.
Ahora está jubilado y su amigo Aurelio se fue al viaje eterno, el bar es
un locutorio y la gente está de nochebuena. Aún así, sigue entusiasmado.
Prefiere las noches emocionantes a las buenas. Así que brinda con su amiga Rocío
en esa nueva cafetería de cristales opacos y cascaras de mejillón por el suelo.
Debate sobre filosofía con David, compañero de residencia de día y todavía
percibe el perfume, sí, de esa mujer sin edad con la que escapa a mirar como
las olas rompen en el viejo puerto.
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