Rodeada por montes, esa ciudad sueña con el mar mientras que, a veces, al
sol se le olvida asomar.
La ciudadela acoge a dos ancianos paseando cogidos de lo que ya se fue,
la confusión son tres monjas perdidas cerca del Iruña mientras unos
dantzaris adornan la Plaza del Castillo, que es una novela en directo en la que
te puedes incluir.
El viaje son peregrinos entrando por el casco viejo, el aprendizaje
recorre dos campus por donde la verde calma te acompaña y despierta la txirrinta
de unos churros con chocolate en la Mañueta o en el Churrero de Lerín.
Se oyen campanas, debe ser la catedral, aúpa y epa se oyen
por los vermuts, nunca aparece un si hiciera bueno, más bien un si
haría, porque esta ciudad es sin condiciones, pero condicional.
Sirenas rojas de forales estresan la Baja Navarra, huele a pastas por la
estafeta, debo estar cerca de una tal Beatriz; los terapeutas son los árboles que
inundan la ciudad, la tristeza unas pisadas por la nieve, la alegría… una explosión
en San Fermín.
Japón aparece en la plaza Yamaguchi y yo hago fotografías al lago mientras
el planetario observa dos enamorados que las estrellas caídas no ven venir.
La pasión aterriza en el Sadar, la navarra diversa se reúne en un estadio;
Osasuna siempre es salud y otra vez el rojo se pone danzarín.
La taconera y su fauna reciben a este hombre de pelo gris, Gayarre preside
los jardines, se oyen ruiseñores desde el Roncal, los ciervos están en celo y me
siento en el Vienés a observar.
En el paseo Sarasate mi bufanda baila con la ventisca y la estatua de los
fueros se alza imponente cuando la sombra de un transeúnte se difumina entre
nieblas sin fin.
Me dijeron que era fría y distante. Llegué con chaquetica, pantaloneta
para el verano y tres despistes; solo era fría en el cielo, muy cercana y un
buen sitio dónde vivir.
Los ecos de unas fiestas que no son fiestas, sino encuentro internacional
con más actos de los que se cuentan, que te dejan boquiabierto entre kilikis, rancheras,
gaiteros y blanco y rojo sin fin.
Lo que escondes está tras las murallas, que encierran la capital de un reino
con alfombra de hojas para que pasee con o sin ti. Las nieblas esconden amores
rotos que se recomponen con la nieve y las luces de neón describen otro capítulo
inédito que no hace falta escribir.
La ciudad por donde han pasado tantas culturas, abre el Portal de Francia
para que te adentres en sus entrañas. Se oyen ecos del violín de Sarasate, Induráin
esprintaba por aquí; unos pintxos y un patxarán por San Nicolás reciben a un peregrino
que no encuentra a Santiago y las luces de la ciudad enfocan lo que está por
venir.
1 comentario:
Después de leerlo que ganas de ir a Pamplona.
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