La cama está saturada de sueños y
te empuja a las siete de la mañana para que acudas presta y despejada al
trabajo. Saludas al espejo de reojo, vas a desayunar tostadas untadas de rutina
para después ponerte a remojo en la ducha. Has oído en una revista, de esas que
pasan revista, que es bueno terminar la ducha con agua fresca para coger
energía. El grito que das seguramente lo ha oído el vecino, su amante y el
marido de la amante, por lo que decides coger energía de otro modo que no sea
ese suplicio.
Recién duchada, desayunada y
otras cosas que acaban en nada (como acondicionada o repeinada) te pones esas
botas que tanto te gustan. No, no, mejor hoy con tacón más alto que tienes que
ir a una entrevista de altas miras de empleo. Una gota de perfume por aquí,
otra de locura por allá, desfile de lencería ante el espejo, lavado de dientes
y a morder algo más que polvo ahí afuera.
Sales por fin a la mojada calle
por la tormenta madrugadora y un coche empuja el agua sucia de ese charco hasta
tu ropa, las botas de tacón alto, las gotas de perfume y el tirante tan
femenino que sale por tu hombro y que tan bien combina con la blusa. Lo único
que no salpica el charco es la gota de locura y te presentas con muchas cosas
que acaban en nada (guarrada, enfadada, mosqueada) en la entrevista de trabajo.
-¿Cree usted que se puede
presentar a una entrevista de trabajo con ese aspecto? –te sueltan como primera
pregunta.
-¿Pero es que no han visto la
ilusión y el aspecto de mis ganas? –les retas
-¿Alguna explicación de su
indumentaria? –insisten
-¿Necesitan una persona creativa
o crear una persona bien emperifollada?
Silencio…
Te vas de la entrevista con un
contrato y con muchas palabras que acaban en nada (emocionada, animada, entusiasmada…)
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