El deporte con más seguidores,
llamados erróneamente aficionados pues son todo unos profesionales en
alineaciones, tácticas y sobre todo árbitros.
Freud diría que el mundial de
fútbol es la expresión fálica de un testículo rodando con el fin de entrar en
ese útero en forma de portería que protege un
cancerbero con guantes profilácticos mientras el árbitro va con su pito
por todo el campo. Luis Buñuel vería, sin embargo, el discreto encanto de la burguesía animando a billetes con patas persiguiendo
ese oscuro objeto del deseo.
Se compone de once jugadores que
es el símbolo del sodio con que se hace el desodorante que anunciarán después
del partido y consiste en meter un gol más que el equipo rival. Para ello hay
que recoger la frase del galés Vinnie Jones: “Ganar no es lo importante,
siempre y cuando ganes”
El gol es algo así como tres
orgasmos en un segundo si es del equipo que apoyas o la desesperación más
absoluta que el cuadro El grito de Munch si es en contra.
Personalmente tuve un poco de
contacto jugando de chaval (me gusta esta palabra, chaval, me suena a
adolescente con desparpajo) pero me gustaba tanto regatear que acabé
regateándome a mí mismo con otros sueños que llamaban a la puerta.
Muchos países participan en este
evento, desde los antiguos vikingos representados esta vez por Islandia,
Dinamarca y Suecia pasando por eslavos, aztecas, latinos, germanos… luchando
por la copa que embriague a sus aficionados. Batallas más sanas que las guerras, aunque patrocinadas por un negocio que mueve el dinero suficiente para paliar
guerras olvidadas pero muy presentes que hacen jugar sin zapatos a críos
que sueñan con meter un gol con agua y comida suficiente para volver a jugar.
Como decía Galeano "El fútbol es la única religión que no tiene ateos"
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