Compartimos represión a raudales, somos rebaño en busca de líderes a los que echar la culpa, en busca de que nos digan qué hacer e incluso qué decir.
Estamos consiguiendo una inmunidad total a la persona que hay dentro y ya
estamos instalados de lleno en nuestra carta de presentación: el cuerpo.
Moldeado, retocado, el dios al que hay que adorar, así estás de guapura
así eres.
No sólo eso, tenemos una inmunidad total a la verdad. De hecho, una
persona que comete el atroz atrevimiento de vivir sin represiones varias, es
una inmadura. Madurar es mentir, como no. ¡Qué atrevimiento eso de la libertad!
Afortunadamente ya hay inmunidad y se da por sentado que la mentira es natural,
lo “normal” Desde que nacemos vamos absorbiendo el programa del personaje para
adaptarnos a la neurótica sociedad que nos recoge con los brazos abiertos
siempre que estés inmunizado contra la verdad.
Tenemos esclavos de su ideología, matrimonios suspirando por un poco de affaire
no permitido, evitadores de realidad absorbidos por conspiraciones o sectas, críticos
con la educación hasta que enchufan al hijo, voceros de la ética censurando la
voz, abdominales como currículum y tipazo al por mayor, traficantes de
espiritualidad, adictos a la patria y censura de oferta.
Tenemos una inmunidad de rebaño inoculada por el miedo a lo real, al
interior.