Gabriela tiene una tienda de
disfraces. Cuando sale de trabajar sale camuflada de su mejor personaje:
justiciera. Pasea por las calles con una espada de plástico escondida en su
pantalón, paso garboso y mirada convincente. Cuando se disfraza así es capaz de
todo, ya sea dar clases a las palomas para que vayan a hacer sus necesidades al
parlamento; sea organizar un concurso de sueños rotos para remendar los de los
ganadores, o bien seducir con su mirada al maniquí que no la está mirando…
Por otro lado está el cliente de
su tienda que ya llega disfrazado todos los viernes con sus grandes zapatos
desgastados, la pajarita y el sombrero de Carpanta. Entra para intentar seducir
a Gabriela, pero sale tímido sin cautivar a nadie ni dinero para la merienda.
Es entonces cuando se quita el disfraz.
Un día se encontraron en el
parque. Mientras Carpanta iba por fin con un bocadillo, ella se encontraba
dando clases a unos caracoles para que no se estresasen. Se armó de valor y le
preguntó.
-¿Conoces un merendero por este
parque?
-Tú eres Carpanta, mi cliente –le
reconoció Gabriela.
-Estooo, sí, suelo entrar disfrazado,
pero tú sales disfrazada.
Mientras los caracoles se iban estresados a la carrera, Gabriela se quedó sin espada, confianza ni disfraz, cuando apreció los hermosos ojos de Carpanta y, éste perdió el bocadillo ante tanta belleza que estaba disimulada. Se les suele ver juntos de la mano allá donde el enmascarado no alcanza.
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