Entre
sus temblorosas manos coge aquel pincel que trazaba historias de ausencias,
momentos por ocurrir, óleo derramado sin lienzo. El tiempo, ese viejo traidor,
escribe y borra historias, pero no puede acariciar el cuerpo desnudo que Ariadna
pintó, los años pueden hacer temblar la mano, sin embargo, jamás impedirán que
dos personas tiemblen de emoción en cualquier rincón del calendario.
Con
aquel pincel rebelde, sin causa ni bandera, inmortaliza lo único eterno: el
momento. El miedo al tiempo y la soledad son dos aliados infames que te
recuerdan que eres tú quien los inventa y dibuja. No hay tiempo en el roce de
dos almas perdidas, ni en el arce donde una ardilla hiperactiva vigila, ni en
el paseo lento del anciano, tan joven como el viento que lo rodea.
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