Mike
deambula por el bosque harto de tantas tonterías que le toca soportar. Si se
acerca al rebaño, éste se alborota; después de todo, un rebaño es una
congregación de pensamiento uniforme, mientras que Mike va desaliñado como un
rebelde sin causa. Jamás se molestó en tener una ideología ni la necesidad de
identificarse. Tanto las manadas que habitan bajo el bosque como aquellas que
dominan las altas montañas le menosprecian por ello. Su patria es el estiércol,
la flor silvestre, un buen bocado, corretear, un buen meneo, vivir a su manera,
la vida.
No busca
favor a los poderes reinantes del bosque y ni siquiera se identifica con su
apellido, linaje o todo lo que ha poseído. Pues Mike, cuando aparece la luna,
sabe que no es Mike, su nombre es vida y aúlla libre como si no hubiera
amanecer. Bajo los plateados reflejos y sombras que dibuja la luna llena, este
lobo comprende su naturaleza salvaje, irreductible a la domesticación. El
espíritu libre atrae almas libres, las sombras no existen, solo señalan que hay
mucha luz. Es tan abrumador ser libre, incondicionado, desapegado e indómito,
que algunos animales llamados humanos, prefieren estar domesticados. Un lobo no
es un perro ni un tigre es un gato.
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