17 agosto 2024

Control

Me he comprado un reloj inteligente, si es que ese término no es una contradicción. Formo parte de la sociedad y he de adaptarme a ir entregando la poca inteligencia que queda a aparatos electrónicos. Así un día desapareceremos para siempre y la vegetación (que ya se está frotando las raíces) campará libre por la tierra.

Al principio, la cosa parecía prometedora, pulsaciones, pasos recomendados al día, salud, hasta una especie de asistente personal que te recuerda que respires cada dos minutos. Me parecía estar al borde de la perfección. Si seguía las recomendaciones del reloj, en poco tiempo podría negociar la inmortalidad con Doña Muerte. Si a esto le añades algún libro de autoayuda, puedes llegar a ser el adalid del bienestar.

Poco tardó en llegar el pánico; salud adecuada, comportamiento correcto, equilibrio mental… ¡Por Dios!  Me sentía como un muñeco programado para ser feliz, esa palabra que provoca tantos problemas y desencantos. Me falto poco para romper el reloj de un martillazo, pero la vida, al final te pone a tocar tierra.

Si la gente tiene miedo de sentirse incómoda, entonces ¿qué diablos estamos haciendo aquí? La vida es incomodidad pura, caos, perturbación y, tratar de evitarla es como intentar esconderse de una tormenta en medio del desierto. No se puede estar siempre cómodo, hay que saber estar en las emociones incómodas sin reprimirlas.

Así pues, después del empacho de tantos días saludables, seguí los consejos de Buda sobre el término medio de la manera más sensata posible: me preparé un par de huevos fritos con chistorra. Compensación, es decir, equilibrio de todos modos. Mientras saboreaba o equilibraba mi ánimo, pensé que, en lugar de leer otro libro sobre emociones, podría dar un paseo por el monte o quizá darme un buen meneo, que seguramente son medios igual de eficaces para disolver el maldito ego, la tontería y sin un reloj que te controle los hechos.



No hay comentarios: