17 diciembre 2025

El invierno que somos

 El sol se apaga en el invierno de Vivaldi.

La tecla, cansada de obedecer, se rebela y decide no dar más la nota. El piano cojea, el sol no funciona, pero la armonía, —terca, cabezona— continua; herida, pero viva.

Él mira por la ventana y el mundo se ha vuelto gris. Una neblina trae danzas que no se atrevió a bailar, historias que dejó de escribir, retos que llaman a la puerta. Toca el piano sin la tecla del sol porque insistir es la única forma de fe que nos queda.

Uno no es lo que narra. Tampoco lo que dice ni mucho menos lo que recuerda.  Uno es, con suerte, lo que hace cuando nadie aplaude. No somos la nota atascada ni el ordenado pentagrama. Somos la melodía que intenta brotar incluso cuando algo falla. La canción sin cantor.

Un gorrión se posa en la repisa, se sacude las alas y le mira. Él sigue tocando y aparece otro gorrión. Dos cuerpos alados sosteniendo el invierno. Ahí está la armonía: el piano que cojea, la pareja en la repisa, el insistente pianista y la canción.

No somos lo que creemos ser. Somos aquello que ve pasar las creencias sin atraparlas. No somos el frío ni la niebla, sino el invierno cambiando de estación. La grieta por donde se cuela lo nuevo. Por donde el piano, al fin, encuentra el sol.



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