John McByrne trabajaba vendiendo postales en Inverness. Sus amigos le
decían que ese negocio era una causa perdida, que abriera un pub o se hiciera
pescador como su abuelo, que al menos sacaba peces en lugar de palabras.
El clima escocés es presto a la melancolía y reuniones bajo las nubes
que siempre acechan. John había ideado tarjetas con mensajes, pero no de
autoayuda, sino explosiones de realidad, tarjetas que pocos enviarían sin
pensárselo dos veces. Entre las más cotizadas estaban “Déjame estar triste”,
“Necesitamos amarnos sin necesitarnos”, “Me aburre la felicidad” Verdaderos
antídotos contra el optimismo irreal, grietas donde pasaba la luz de lo humano.
Al principio no vendía muchas tarjetas, pero iba haciendo tantas
amistades que había tejido una red social sin tecnología, pero con escucha.
Todos iban a tomar un té a la tienda de John y, sin darse cuenta, empezaban a
dialogar. Sobre todo, de aquellas cosas que no contaban a nadie. Algunos
salían llorando, pero más ligeros; otros dejaban la tienda con una mirada
enérgica y viva.
La tela de araña es una trampa, pero también un camino que recorrer, un
misterio interconectado. Cada “presa” que caía en la tela de John salía con su
tarjeta personalizada y un hilo, como el de Ariadna, para no perderse en el laberinto
de la mirada ajena. Les pedía algo muy sencillo: “Invita a un té con escucha
con quien ya no espera ser escuchado”
Una mañana encontraron a John en el eterno sueño con una tarjeta en su
regazo que decía: “Estoy en otro ahora”
Y nadie se atrevió a llamarlo muerte.
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