25 enero 2021

Negacionismos varios

Hay un gesto común en los niños cuando se niegan a cualquier cosa con ahínco. Brazos cruzados y golpear el suelo con una pierna como si de ahí nadie pudiera moverles.

Esa es la idea, que no se cuestione mi argumento, mi creencia; quizás afinamos más si decimos mi MI.

Asistimos a un miedo colectivo tal, que aparecen por doquier decenas de grupos negando cualquier situación que produzca incomodidad y cambio en nuestras costumbres de vida.

El MI ha llegado a presidir nuestras vidas de tal manera que, hay que ponerlo a salvo, sea mediante conspiraciones que me hagan soportable la realidad, o sea mediante la obsesiva persecución de una eterna e imposible felicidad.

Así pues, tenemos negacionistas de realidades, vacunados exprés prevaricando porque pasaban por allí (y de paso su pareja), solidaridad de aplauso fácil y de olvido inmediato, ocupación sin ley y ley para el desahucio, protestas más intensas si “lo mío y solo lo mío” está en riesgo… y así podríamos seguir en este circo que tiene su origen en el MI.

La pataleta de los niños reafirmando su posición es la misma que tenemos los adultos reafirmando la palabra “mío” Y es que el problema de los adultos es… que se creen adultos.

22 enero 2021

Los libros no duermen

A los libros de la estantería del salón no les afecta el insomnio. Son ya las cinco. La cama parecía un barco a la deriva sin sueños, pesadillas ni timón. Hay una taza de té en la mesa con resaca, unas gafas a la espera de ojos y se oye ese ruido característico del frigorífico desde la cocina.

Tengo la curiosa sensación de que los libros están activos, parloteando entre ellos y trazando un plan contra los lectores. Yo descanso en una butaca sentado al lado de la estantería y casi puedo oír las historias que habrá ahí dentro. Cojo uno al azar. Es de cuentos cortos y leo la historia dialogada de un matrimonio con todos los síntomas de un matrimonio, pero narrado de un modo espléndido.

Ese es el secreto, el modo en que se transmite lo cotidiano puede ser emocionante si uno se fija bien.

En la calle las farolas, que también tienen insomnio, no enfocan a nadie. Están a la espera de una nueva escena que pronto pasará.



12 enero 2021

Hoy libro

La nieve no tapa

las huellas

que la censura

intenta pisotear

porque en los libros

siempre es primavera



04 enero 2021

Nieblas pasadas

El cine tenía nombre de isla mítica, de continente perdido. La adolescencia es esa patria que nadie ubica, tierra de nadie, de quiero y no puedo, de “me da igual”, de egocentrismo sin el disimulo que vendrá luego, de caos.

Una temporada pusieron pelis de miedo. Entrábamos haciéndonos los valientes, una broma por aquí, una sonrisilla nerviosa por allá y las miradas a las chicas que, por supuesto, eran más valientes.

Recuerdo que se titulaba “La Niebla” en los años 80 y cada vez que aparecía la bruma, unas criaturas asesinas surgían y la mayoría mirábamos a través de los dedos entreabiertos de las manos. Poco a poco iban desapareciendo chicos del cine, con alguna excusa para hacerse los valientes, vamos, que no les quedaba otra que irse.

Eran tiempos de intermedio para coger palomitas, bebidas azucaradas y aplausos al final de la trama. El caso es que, una vez aguantamos hasta el final, salimos dos amigos del cine y ¡Había niebla en la calle! Mi casa, al final del pueblo, tenía un largo trecho como para ir solo envuelto en esa neblina después de sobrevivir a varios sustos. Así pues, me fui con mi amigo a su casa, donde el inicio de la adolescencia y sus miedos se curaban con un poco de pan con chocolate y un repaso a las aventuras que al día siguiente quedaban por recorrer.



01 enero 2021

A mi manera

Era una flauta echa con madera de roble y sonaba como… bueno, sonaba fatal. El niño insistía todos los días junto al lago y las notas salían al aire peleándose y espantando a los pájaros.

Un día, una vieja profesora de música se acercó al escuchar semejante estruendo y le preguntó si quería que le enseñara a tocar mejor. El niño le respondió que él ya tocaba muy bien.

Ella le pidió si le dejaba tocarla un rato. En el mismo momento que empezó la sintonía todo parecía ir bien, hasta algún jilguero se acercó y las aguas del lago se calmaron.

-Parece que no le pasa nada a la flauta, debe ser que el flautista necesita alguna que otra lección -concluyó la profesora en tono de ironía.

-Si no le pasa nada… ¿Me deja continuar con mi canción?