Hay un gesto común en los niños cuando se niegan a cualquier cosa con
ahínco. Brazos cruzados y golpear el suelo con una pierna como si de ahí nadie pudiera
moverles.
Esa es la idea, que no se cuestione mi argumento, mi creencia; quizás
afinamos más si decimos mi MI.
Asistimos a un miedo colectivo tal, que aparecen por doquier decenas de
grupos negando cualquier situación que produzca incomodidad y cambio en
nuestras costumbres de vida.
El MI ha llegado a presidir nuestras vidas de tal manera que, hay que
ponerlo a salvo, sea mediante conspiraciones que me hagan soportable la
realidad, o sea mediante la obsesiva persecución de una eterna e imposible felicidad.
Así pues, tenemos negacionistas de realidades, vacunados exprés
prevaricando porque pasaban por allí (y de paso su pareja), solidaridad de
aplauso fácil y de olvido inmediato, ocupación sin ley y ley para el desahucio,
protestas más intensas si “lo mío y solo lo mío” está en riesgo… y así
podríamos seguir en este circo que tiene su origen en el MI.
La pataleta de los niños reafirmando su posición es la misma que tenemos
los adultos reafirmando la palabra “mío” Y es que el problema de los adultos es…
que se creen adultos.