Era una flauta echa con madera de roble y
sonaba como… bueno, sonaba fatal. El niño insistía todos los días junto al lago
y las notas salían al aire peleándose y espantando a los pájaros.
Un día, una vieja profesora de música se
acercó al escuchar semejante estruendo y le preguntó si quería que le enseñara
a tocar mejor. El niño le respondió que él ya tocaba muy bien.
Ella le pidió si le dejaba tocarla un rato.
En el mismo momento que empezó la sintonía todo parecía ir bien, hasta algún
jilguero se acercó y las aguas del lago se calmaron.
-Parece que no le pasa nada a la flauta, debe
ser que el flautista necesita alguna que otra lección -concluyó la profesora en
tono de ironía.
-Si no le pasa nada… ¿Me deja continuar con
mi canción?
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