Qué peso me he quitado de encima. Ahora puedo vivir en paz sin el estrés
de mantener tanta dicha acumulada, sin mostrar a todos lo bien que me va ni
sostener la pose perfectamente estudiada. Ya no tengo que perfeccionar mi
bienestar siendo un constante luchador merecedor de aplauso, de esos que la
adversidad le hace más fuerte y los problemas son gasolina para afrontarlos a
pecho descubierto. Ya no hace falta caer extenuado del trabajo bien hecho y
jugar con los hijos como un padre perfecto sabiendo exactamente en todo momento
qué consejo decir. Ya no tengo que perdonar como un santo y, en el tiempo
libre, hacer voluntariado.
No, ya no soy feliz y no tengo que demostrarlo. ¡Qué paz! ¡Qué paz!
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