18 noviembre 2024

SALVAJE

Me gusta el lobo, no hay que ir detrás recogiendo su mierda en bolsitas de plástico biodegradables. Es lo que tiene ser independiente, salvaje. Viene del latín silvaticus (selva) y significa no domesticado, sin correa. Es decir, todo lo contrario que el homo sapiens, también llamado humano, que es totalmente libre… de pensar exactamente lo que le han enseñado a pensar desde niño. La ideología se encarga del resto. De hecho, ahora mismo estamos en la era de la rebeldía programada, ensayada y domada. Hazles creer que son libres, ese es el truco.

También es la época de concursos de solidaridad pública. Altruismo en alta definición, con brillos, filtros y reportajes de cámara. Si un acto generoso cae por un bosque y nadie lo tuitea, ¿existe?

Y ahí están los homocanes (me gusta inventar palabras), perros humanizados que señalan el olvido del lobo, con su melena peinada como si hubiesen salido del spa, listos para una vida de lujo donde el homo sapiens recogerá su mierda. Mientras, en las colinas, un aullido me recuerda que lo salvaje o no domesticado, aún resiste a esta mentira que rueda y rueda. Despierta el lobo que llevas dentro. Desobedece.

Cuídate del hombre que no habla y del perro que no ladra. (Cheyenne)




Equilibrio mental y masa social

La idea de equilibrio mental se ha vinculado tradicionalmente a la adaptación social, una trampa que, en muchos casos, asfixia la individualidad. En Europa, hubo un tiempo en que adaptarse significaba que la mujer no debía estudiar ni acceder al conocimiento, a menos que perteneciera a la realeza o al clero. Si arriesgaban desafiar estas normas, se las calificaba de locas o brujas.

En otras épocas, ser un “adaptado social” implicaba aceptar la inferioridad de ciertas razas o ver la homosexualidad como algo perverso. Quienes cuestionaban estas ideas eran considerados perturbados. También se considera adaptación aprovechar privilegios dentro de la política, la empresa o la banca, con influencias o “enchufes” que condenamos en público, pero aceptamos en privado cuando nos benefician.

Así, cada época va construyendo su concepto de “normalidad”, un molde social que, en aras de la aceptación, desvanece las convicciones personales. Adaptarse se convierte en ceder, en no parecer raro, en rendirse a la influencia de lo “aceptable”. Y cuando lo “normal” nace de la masa, de la ideología, del poder, la religión dogmática o el miedo, comienza la cacería y el debate sobre lo que significa realmente una persona equilibrada.






El ruido de los viernes

El tipo de los jueves, ese de la esquina de la barra con mirada perdida en el fondo de su vaso, ha venido el viernes. Hay blues sonando dentro y bullicio fuera. El ruido, siempre presente, inunda la vida.

Se habla de ser uno con el universo, alcanzar el silencio, pero el tipo de los jueves se dio cuenta de que hay que revolcarse primero con el ruido, sentir que te golpea. Aceptar el ruido es silencio.

El tipo de los jueves contempla el ruido del viernes, el mismo con otras tonalidades. La gente corre de un lado a otro, buscando apariencias de algo, demostraciones de espiritualidad buscando acallar el ruido. Buscan compañías efímeras para escapar de ese ruido interior que parece reventarles la cabeza. Siempre habrá ruido, la respuesta no está en forzar silencio, en buscar aprobación, en fingir calma…

El tipo de los jueves lo sabe, hay ruido fuera y hay ruido dentro de la mente y no se puede apagar. No necesitas huir del ruido para encontrar silencio. Darse cuenta de ello te convierte en el observador del ruido, del estruendo y solo entonces, cuando no te identificas con el movimiento mental, entras en contacto con la realidad y te enteras de que estás muy vivo desde el silencio donde reposa el ruido.




Ensoñaciones

Despertó o eso creía él, en una cama diferente, la misma pareja haciendo que dormía y el Aloe vera, muerto de sed en la repisa. En la radio hablaban otro idioma. Todo parecía igual pero como si un director de teatro hubiera movido el decorado de sitio.

Bajó a la calle y ahí estaban las mismas sonrisas ensayadas y el mismo juego: pretenden. Pretenden ser felices, importantes, pretenden encajar hasta desaparecer, parejas perfectas en público, concursos de titulaciones, caras de plástico que nunca envejecen, pretensiones de ser auténticos.

De pronto se vio reflejado en la cristalera de una cafetería y descubre su propia pretensión: sonrisa falsa, disimulo de autenticidad, una farsa que ya ni reconocía.

Despertó o eso creía él, en una cama diferente y se dio cuenta de que nunca perteneció. Ni a este sitio. Ni a estos pensamientos. Ni a este cuerpo…

“Si tratas de encajar… puede que lo logres y desaparezcas para siempre” (L.Resano)



Pérdidas

Tula se perdió ladrando a la tormenta y regresó mordiendo la vida sin correa ni dueños. El gran magnate alcanzó el cielo, pero al perder el suelo, se mareó y vomitó su fortuna. El fraile perdió la fe por alguna esquina del monasterio, años después la encontró junto a los harapos de un pobre en África. Rocío se quejaba de los problemas que le tocaba vivir, un día los perdió y empezó a morir de aburrimiento. Se busca un abrazo perdido en el fondo de una botella, con o sin resaca. La guitarra olvidó sus notas y entonces improvisó. El ansioso perdió el dogma y encontró la creatividad. El buscador perdió su vida y por fin empezó a vivir.

Quién no se moja, no pesca peces