Asistimos al entierro de la
señora Julia. Ya era hora que muriera semejante encarnación del mal, del quiero
y puedo hacerte daño, del te acuchillo por la espalda; de hecho, una noche al
quitarme la ropa, descubrí que llevaba en la chaqueta dos miradas de reojo,
tres injurias, dos calumnias y un dedo corazón erguido amenazante.
Asistimos un gato colorado que
parece una versión de “El loco del pelo rojo” gatunil (tiene bigotes canosos y lleva algo en la boca que me ha
parecido un canuto) También están presentes tres víctimas de sus ataques
(supongo que para asegurarse de verla bajo tierra), dos familiares, un guardia
civil por si alguien le da por rematarla o quizá por si resucita, varias
ausencias y el propio cura, que inicia la despedida así:
Quisiera despedir a esta persona que ha dejado un gran vacío entre
nosotros, una buena persona a la que echaremos en falta…
Y la realidad vive escondida bajo
la manta de convencionalismos que hemos decidido admitir.