Luis
estaba emocionado con la novedad de las palomas el día de su cumpleaños.
-¡Mira
mamá, mira! –gritaba emocionado –¡Vienen a saludarme!
Su
madre sonreía hasta que la realidad hizo su entrada triunfal. Una de las
hermosas palomas que sobrevolaban a Luis, decidió depositar su regalo de
cumpleaños en forma de excremento encima del jersey nuevo que su padre le había
regalado.
Empezó
entonces un concierto de llantos y gritos en sol sostenido con ritmos in
crescendo que espantó a algunas palomas kamikazes que planeaban con peligro sobre
sus cabezas.
Mientras
Luis lloraba, quizá, y solo quizá, estuviera aprendiendo que la belleza de una
paloma reside en su naturaleza y no en las expectativas sobre ella.
Sus
padres tenían dos opciones; echar el grito al cielo (que se lo llevarían las
palomas) sembrando una obsesión en el crío, o normalizar lo normal, jersey
incluido. Es decir, que una paloma es una paloma y no un objeto de expectativas.
¿Qué función haría una paloma de la paz si se limitara a volar y no fuera a
cagarse directamente en todas las guerras?
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