El
viento esboza sus enigmáticas formas en los campos de cereal mientras un
gavilán cojo va dando saltos en busca de alimento. Un roble mueve las raíces,
al menos eso me susurraron sus hojas y una ardilla que no veo me tira una
bellota; creo que para que espabile. Así que miro al horizonte y observo que
oscurece, que viene la tormenta. ¡Qué olor más agradable a humedad! Así nos
prepara la naturaleza para un concierto épico. Una pareja de uno (ya que solo
una lleva la voz cantante, de soprano mandona) se acerca con miedo
preguntándome si hay refugio cerca, que en el monte es peligrosa la tormenta.
Les miento diciendo que muy cerca y se van las dos mujeres de la mano a la
carrera.
El
gavilán cojo ha capturado una presa. Parece que no está preso de su cojera. Los
montes, la paleta de grises, la incansable lluvia, las fotografías que hacen
los relámpagos, animales heridos, la muerte, el viento empujando… De pronto,
dejo de pensar en mí y soy el viento, el gavilán, la tormenta y todo el cuadro.
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