Roberto empezó a desaparecer un viernes a la mañana.
Al principio fue su reflejo borroso en el espejo. Después, su nombre en el buzón de correos. En la panadería, cuando decían “siguiente” le adelantaban todos. Al día siguiente, en su oficina había otra persona ocupando su cargo, como si jamás hubiera existido.
Volvió a casa y su mujer, sorprendida preguntó “¿Quién eres”? cerrándole la puerta.
Fue corriendo a la cristalera de la librería de al lado, pero no captaba su reflejo, solo el vacío.
Entonces, comprendió. Había pasado demasiado tiempo tratando de no molestar, de ser humilde y no incomodar.
Y la vida, obediente, lo había olvidado.
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