23 junio 2025

Sin arreglo

 Sus manos temblorosas todavía sabían ir al punto exacto de la reparación, aún conservaban esa magia. Arreglaba relojes enfadados que se empeñaban en detener el tiempo, cajas de música afónicas, cremalleras con fobia a cerrar e incluso maniquíes con la mirada vacía.

Un día, cuando un reloj en huelga decidió pararse a las once y once, entró una mujer en su taller. No traía ni bolso ni objetos, solo los hombros vencidos, mirada triste y una voz temblorosa.

-¿Puedes arreglarme?

Arturo la observó detenidamente, pensativo. Cogió sus manos como quien calibra un engranaje averiado. Examinó en su mirada alguna pieza suelta, su vitalismo.

-Creo que puedo intentarlo –comentó tras un largo silencio-, pero muchas veces un roto no necesita arreglo. Solo que alguien lo entienda.

Y, por primera vez, dejó sus herramientas a un lado y nada fue arreglado, pero algo, sin duda, comenzó a funcionar.




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