Elogiamos la mediocridad como si fuera una divinidad a la que debemos venerar y mostrar respeto. Porque, sinceramente, ¿quién necesita la molestia de enfrentarse a la realidad cuando puedes tener un pase VIP al país de las ilusiones? Escapar y excusarse, incluso culparse, es más cómodo. Mientras la cobardía deambula sin restricciones, la valentía se retira a llorar en un rincón apartado. Valores como la apariencia y el parloteo han sido elevados al pedestal, relegando a los hechos al olvido.
Y ojo, que ahora leer se ha convertido en un deporte extremo: resumir un libro entero en un par de oraciones es el nuevo maratón olímpico. ¿Quién necesita el lujo de leer un libro completo cuando podemos resumirlo en el tiempo que se tarda en calentar una bolsa de palomitas? Dame un vídeo de youtube de tres minutos, un eslogan, un resumen que no requiera esfuerzo, dame de esa droga, sí, de esa que estoy acostumbrado, de la que me lo hace todo rápido y sin esfuerzo.
La búsqueda insaciable de aprobación nos encadena al culto de la mediocridad, donde las masas trazan el sendero que seguimos como sectas. El mérito, esa antigua reliquia, es arrojado a la pila de "cosas que solíamos valorar", mientras el éxito es reducido a un único componente: el dinero. Se agita el miedo a encarar la cruda realidad, y en esta danza macabra, la esencia de nuestra humanidad se desvanece.
Y
entonces, ¿qué hacer con la realidad? ¡Ah, sí, escondámosla debajo de la
alfombra y crucemos los dedos para que nadie la note! La cruda verdad se
convierte en esa visita incómoda que todos tratamos de evitar, como un vendedor
de seguros en una fiesta. Necesitamos personas intrépidas, aquellas que
desafíen sin titubear la cruda realidad de los hechos, sin distraerse por las
vestiduras engañosas que los adornan, tejidas con hilos de palabras huecas. Hacen
falta vacunas de realidad, porque estamos en un coma autoinducido de selfies,
postureo y seguidismo masivo. Es hora de
enfrentar el espejo sin maquillaje, sin filtros ni retoques. Sí, los números
duelen, las enfermedades mentales se multiplican como el polen en primavera, y
nuestra cordura parece más frágil que un castillo de naipes en un huracán.
La
inversión no está en las criptomonedas de la fantasía, sino en la salud mental,
en el pensamiento crítico y en el valor de abrazar la realidad con todas sus
arrugas y defectos. No hay tiempo para cuentos de hadas ni fabricación masiva
de unicornios rosados cuando la realidad te mira de frente.
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