En
medio de este caótico mundo de las prisas que es la vida moderna, nos hallamos
ciegos ante el lento marchitar de nuestro entorno, un trágico desvanecimiento
que susurra desde los ríos envenenados hasta las frondosas arboledas. Asistimos
al increíble espectáculo de la estupidez ambiental. ¿Quién necesita aire limpio
cuando podemos llenar nuestros pulmones con la dulce fragancia del progreso?
¿Cómo
es posible que, en este frenético devenir, nos hayamos convertido en meros
espectadores de la destrucción de la Tierra? En primera fila, casi con
palomitas transgénicas asistiendo a la destrucción. Los osos polares caminan
desorientados sobre un hielo cada vez más endeble, su hogar milenario ahora
convertido en un frágil abismo. Van en
busca de un trozo de hielo que se va a convertir en paquete de plástico
flotante.
Sin
embargo, la distracción es nuestra especialidad. ¿Por qué preocuparnos por el
cambio climático cuando tenemos teléfonos inteligentes, política y redes
sociales para mantenernos ocupados?
El
caos y la estupidez son nuestros fieles compañeros de baile mientras avanzamos
hacia un mundo cada vez más exremo. ¿Extinción masiva? ¡No importa, aún podemos
ver videos de gatitos en Internet!
Pero
no hay que temer, porque siempre hay soluciones brillantes a nuestros problemas
creados por nosotros mismos. Nuestros líderes, que son tan brillantes como
bombillas fundidas, nos aseguran que las promesas de reducción de emisiones y
acciones climáticas efectivas son tan sólidas como un castillo de naipes en un
tornado.
Es
hora de detenernos y volver a conectar con nuestra esencia, con esa parte de
nosotros que todavía late en sincronía con el ritmo de la naturaleza. Debemos
romper las cadenas de la indiferencia para encontrar la paz en lo sencillo,
como los antiguos sabios que se deleitaban con la belleza de un atardecer o la
melodía de un arroyo.
El
mundo de las prisas puede esperar, pero la lenta agonía del entorno no puede
soportar más demoras. La hora de actuar es ahora.
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