Volvían
a ser elecciones, ese momento en que todos los demás parecían idiotas si no
votaban como tú (incluidos familiares) Uno mismo, en cambio, era la encarnación
de la inteligencia suprema en sus elecciones. La época que la abstención beneficia
a uno u otro según hablabas con uno o mira por donde, con el otro. … me aburro.
Carmelo
iba al monte porque le relajaba y aprovechaba para limpiar la basura dejada por
turistas, recoger hierbas medicinales y arrancar de raíz esos malditos
matorrales. Además, se hacía cargo de plantar árboles; una promesa que hizo con
su mujer antes de que ella fuera enterrada junto a su árbol favorito. Mientras
las palabras huecas y ofertas electorales florecían por doquier, Carmelo salió
a plantar un nuevo árbol. Desde la cumbre, contempló la ciudad a lo lejos y
desde la cima, observó un paisaje desolado, sin árboles y mucho asfalto. Allí
en la cima empezó a entablar una conversación con su perro, Nietzsche.
Dicho
perro, era apátrida, en cuanto pasaba una frontera, no se sentía un perro más
francés o más español o más italiano, era un caso rarísimo, pero se quedaba tan
campante y no le hacía ilusión alguna saber que estaba en una patria u otra,
echaba su meada en las fronteras, correteaba un poco y entraba en armonía con
los árboles "Y tú, ¿qué opinas, Nietzsche?", Inquirió Carmelo a su
acompañante canino. “¡Grrr!” Fue su respuesta. Recuerdo una frase tuya insistió
Carmelo: “Un político divide a las personas en dos grupos: en primer lugar, instrumentos;
en segundo, enemigos”
“¿Qué
te parece?” “Guau”, le contestó Nietsche. Aunque los políticos no necesiten que
nadie los divida, son lo suficientemente sectarios como para eso.
Qué
mierda de mundo, pensó Carmelo mientras plantaba aquel árbol y reflexionaba
sobre el cambio climático olvidado por el cambio político. Pero al menos, en su
rincón de la montaña, él y su perro apátrida podían sentirse libres y en
armonía con la naturaleza. Él solo quería seguir plantando árboles y vivir en
paz con Nietzsche a su lado, el único compañero que parecía entender lo jodida
y, a la vez hermosa, que podía ser la vida, más allá de palabras, de árbol en
árbol, sembrando el oxígeno que no hace distinción de quién lo respira.
1 comentario:
Que listos Carmelo y Nietzche
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