En
este contexto asfixiante, en este teatro hipócrita donde el aplauso ciego y la
conformidad son moneda de cambio, mantener una ética se vuelve un acto de
resistencia; ¡Imagina el caos que se desataría si una simple pieza del
engranaje social se negara a aplaudir en un mitin político! Las alarmas se
encenderían. Algo estaría terriblemente mal: alguien que no se identifica.
¡Alerta, peligro!
Mantener
la autenticidad es una declaración valiente de que somos dueños de nuestras
acciones, de que nuestras decisiones no son moldeadas por el dictado de la
masa. Nadar sin ceder a las presiones externas se convierte en una lucha contra
la uniformidad asfixiante que nos rodea.
¡Qué magnífico invento hemos creado! La izquierda y la derecha, diseñadas para brindarnos la ilusión de pertenencia mientras olvidamos que la realidad radica en nuestras acciones, no en las palabras que pronunciamos o en las etiquetas que abrazamos. Lo que es, es lo que es, no lo que dices que es (hablar es tan fácil, tan me lo creo aunque no lo haga...)
En este juego de máscaras, aquellos que se atreven a resistir, a no ponerse la máscara, se convierten en una amenaza para el sistema. La propia sociedad te incita a que te identifiques como pecado mortal irrebatible no hacerlo. Oye, pero tú… de quién eres, en qué crees, con quién te identificas. ¡Y parece que tienes que hacerlo para tener identidad!
Hemos construido un mundo donde la disconformidad es erradicada, donde la mera existencia de un individuo independiente es una afrenta al status quo. En este panorama, mantener una ética intacta es un desafío agotador. Pero es precisamente ese desafío el que nos define como seres humanos, capaces de trascender los límites de la la conformidad.
Se
nos empuja constantemente a adaptarnos y a encajar en moldes preestablecidos,
en ideales superficiales que nos dictan cómo debemos ser y actuar. Somos piezas
de una máquina bien engranada para no salirnos de nuestra función de autómatas
obedientes, vagones que jamás deben salirse del raíl. Nos bombardean con
información, nos impulsan a estar hiperconectados al dictamen de la moda y nos
convierten en adictos a la validación externa. Somos presa fácil de los juicios
y las expectativas ajenas, perdiendo así nuestra autonomía y libertad.
En este baile de máscaras, donde las palabras vacías y las etiquetas reinan, recordemos que nuestras acciones hablan más alto que cualquier discurso. La persona que somos está escondida tras el personaje. Solo cuando dejemos de ser títeres manipulados por hilos de la moda, la política y la identidad, podremos reclamar nuestra verdadera autonomía y liberarnos de las cadenas de la uniformidad y la manipulación.
Advertencia:
Este texto es una obra de ficción y ha sido creado con fines literarios.
Cualquier referencia a personas, poderes establecidos o situaciones reales es mera
coincidencia... o no.
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